Ricardo Obregón fue el primer presidente de Carvajal que no llevaba el apellido de la familia. Su llegada al Valle fue un remezón para la clase empresarial del departamento, que tuvo que aceptar con amargada resignación que entre sus propios talentos no hubiera quién asumiera los desafíos que esa emblemática compañía enfrentaba. Su periodo en Carvajal terminó a finales del año pasado, pero solo hasta hace un mes regresó a Bogotá. Este es el balance de su vida en Cali.
Claudia Palacios: Casi que no regresa a Bogotá después de dejar Carvajal. ¿Estaba enamorándose del Valle o qué?
Ricardo Obregón: El Valle fue para mí una experiencia muy enriquecedora sobre todo a nivel familiar. Manejar Carvajal ha sido mi máximo reto profesional: a pesar de que yo había tenido posiciones importantes, como en Bavaria, Carvajal era una empresa mucho más compleja y con muchas más necesidades gerenciales.
C. P.: Desde hace un buen tiempo quería hacerle esta entrevista y me decía que esperara a que usted regresara a vivir a Bogotá. Me pregunto si es que tiene algunas cosas para decir que puedan llegar a causar revuelo entre la sociedad caleña…
R. O.: No, para nada. Es obvio que existen cosas que se pueden mejorar, pero por lo que viví en Cali puedo decir que es una ciudad que tiene más cosas positivas que negativas.
C. P.: Hablemos de las dos cosas. Un colega suyo me dijo que a usted le había tocado “bailar con la más fea” refiriéndose al hecho de que tuvo que hacer una restructuración inmensa en Carvajal, una empresa emblemática del Valle y netamente familiar, además sin ser valluno sino paisa. ¿Piensa que le tocó bailar con la más fea?
R. O.: No, en absoluto. Es que Carvajal no es “la más fea”; al contrario, es una empresa con unos valores y con un ahínco empresarial digno de admirar. Ellos son una familia muy discreta, consagrada a su trabajo y a sus valores. No tuve ninguna situación molesta propiamente. Son compañías como otras que tienen muchos años y que permanentemente se tienen que reinventar. Algo de eso me correspondió, pero las personas que estuvieron antes hicieron reinvenciones también. El mundo empresarial en Colombia ha tenido que hacer un giro y evolucionar muy rápidamente en los últimos veinte años. Esto era una economía cerrada, por eso creo que en el caso de Carvajal y de muchas otras empresas les ha tocado hacer transformaciones drásticas. En unos diez años seguramente esto estará de “pagar balcón”, porque la competencia sí la vamos a vivir en pleno.
C. P.: ¿Cuáles son esas empresas o esas industrias en Colombia que cambian o desaparecen?
R. O.: Hay unos sectores que los he llamado “de bienes transables”, que viajan, no hay una barrera natural y están más expuestos, una competencia externa les puede dar duro. Están también aquellas empresas que no tienen marca, que están en la mitad de la cadena de producción y quien les compra puede cambiarlas en cualquier momento por otras que produzcan más barato. De otra parte, hoy día no tiene ningún sentido que las empresas estén ubicadas en el Valle de Aburrá o en la Sabana de Bogotá; hay que irse para la Costa, y esa es una de las grandes oportunidades que tiene el Valle del Cauca. Cali es una ciudad que uno podría decir que es portuaria. Y también van a sobrevivir las empresas que tengan un tamaño adecuado.
C. P.: O sea…
R. O.: Estamos hablando de 250.000 a 500.000 millones de facturación. Aquellas que tengan mucho menos que eso son mucho más vulnerables. Por eso esas empresas deben buscar fusionarse con alguien, y eso es algo que los empresarios tendrán que hacer. Generalmente las empresas de familia han sido muy reacias a aceptar socios, pero ese es el día a día de lo que uno ve en Estados Unidos. Allí puede que las compañías surjan con empresarios, pero la aspiración en Estados Unidos es sacarla a la Bolsa, no es quedarse hasta que uno les herede a sus hijos y a sus nietos. Antes de eso la han vendido, la han abierto y han disfrutado su plata.
C. P.: ¿Usted cree que el gobierno si está tomando las medidas para apoyar la industria o que nuestra economía va a desindustrializarse y ser una economía de prestación de servicios, como se dice en algunos círculos?
R. O.: Yo participé en el Consejo Privado de Competitividad y allí se tenían dos frentes muy claros: la productividad y la competitividad. Este primero le corresponde más al empresario. La competitividad muchas veces te la da el entorno, pero uno no puede pedir que le mejoren el entorno si no ha hecho el trabajo. Yo diría que uno tiene que ser obsesivo con el concepto de productividad. En Colombia la productividad es cero, el industrial debe entender que se tiene que producir más con la misma mano de obra para poder tener productividad.
C. P.: Si lo interpreto bien, ¿el tema de la desindustrialización de la que se habla en Colombia no es culpa de los tratados de libre comercio o del Gobierno, sino de que los empresarios no están siendo productivos?
R. O.: También. La verdad es que uno debe hacer correcciones; y ante la realidad de que hay tantos tratados de libre comercio si no nos fusionamos con otras empresas, o no nos movemos a los puertos, o a trabajar en negocios en donde uno tiene una marca, no hay futuro.
C. P.: Para cerrar este tema de la industria: si usted es un recién egresado de la universidad que no quiere ser empleado, ¿crear empresa es una opción para un joven con la visión del panorama empresarial colombiano que usted acaba de explicar?
R. O.: Claro que sí. El local tiene ciertas ventajas. En estos días conversaba con un confeccionista (es de los que le hace la marca Touché), lleva 25 años trabajando en eso y vende cerca de $30.000 millones. Es una marca local pero que está pensando en vender en el mercado ecuatoriano, en el peruano, en el mexicano. Si uno empieza a hacer empresa para quedarse solamente en Colombia no tiene chance. Quien quiera ser empresario debe tener la mentalidad de que se debe salir a conquistar al mundo.
C. P.: Usted es gran conocedor de la industria; la ANDI está vacante. ¿No le suena ese puesto?
R. O.: (Risas) La verdad uno no sabe si el perfil que se busca es como el que uno tiene. A uno le interesan posiciones de esa naturaleza porque uno quisiera devolverle al país y a los industriales algo de lo que ha aprendido. Pero esos puestos son muy políticos y en esas lides no compito. No lo tengo en mis opciones.
C. P.: Volviendo al Valle, ¿cuál fue el mayor desafío de entrar a una empresa familiar, el primero que no llevaba el apellido?
R. O.: Carvajal era una empresa que estaba preparada para eso y lo estaba buscando. Lo que consiguieron conmigo y con el equipo que me colaboró fue precisamente lo que ellos querían: tratar de desvincular un poco el mundo de familia de las decisiones empresariales. En una familia como la Carvajal, que ha tenido cinco generaciones y más de doscientas personas, casi que es una sociedad anónima, es más complejo que se logre un consenso sobre quién va a liderar la empresa. Es mucho más fácil traer una persona de afuera, ya que cuando la deseen cambiar simplemente lo hacen.
C. P.: Como en efecto pasó. ¿Usted esperaba salir en ese momento, sentía que había terminado su tarea en Carvajal?
R. O.: Sí. Nosotros hicimos 58 transacciones de compraventa, cierres y liquidaciones, entre otros, todo con el ánimo de agrupar la compañía y hacerla más saludable, entendiendo que las compañías de Carvajal estaban amenazadas por la era digital. Bien sea libros, papel, impresión, directorios, eran de ese mundo atrás de Carvajal impresión. Iniciamos un proceso que no ha terminado aún, pero que era vital y tiene que seguir.
C. P.: ¿Cuánto tiempo le queda al papel?
R. O.: Puede que una revista como Caras, impresa y con muy buenas fotos, no provoque el mismo gusto en el lector si la lee en un iPad. El papel puede perdurar pero sí hay una amenaza.
C. P.: ¿Cómo quedaron sus relaciones con la familia Carvajal?
R. O.: Muy bien, muy bien.
C. P.: ¿Entonces todo lo que se dice por ahí no es verdad?
R. O.: Yo no sé qué dirán por allá, pero en mí, en todo lo que tiene que ver con ellos, tengo la mejor impresión: supremamente educados y respetuosos. Yo no sentí ningún maltrato o agresión. Siempre fue un grupo de gente que me acompañó. Pero más bien te devuelvo la pregunta: ¿qué es lo que dicen?
C. P.: Pues dicen que su salida fue difícil.
R. O.: Hay momentos cuando uno se tiene que retirar que no son fáciles. Creo que se hizo con altura y la verdad yo no tengo ningún reparo.
C. P.: Teniendo en cuenta que usted es paisa y que ha habido una rivalidad histórica entre las clases empresariales del Valle y de Antioquia, ¿cómo se ganó a los vallecaucanos?
R. O.: Yo me dediqué mucho a mi trabajo. Obviamente, de joven yo tenía amigos que me volví a encontrar, pues cuando estudie en la Universidad de los Andes yo vivía con caleños y eso me sirvió para construir una red y no sentirme como que llegaba a un medio tan desconocido.
C. P.: ¿Cuál es su diagnóstico sobre la clase empresarial vallecaucana? Si usted fuera el gerente de esa clase empresarial, ¿qué cambios le haría?
R. O.: Buena pregunta. Uno siente que todavía hay una herencia agrícola que determina mucho el comportamiento de los empresarios en el Valle. La mentalidad de la tierra y la mentalidad industrial son diferentes. El Valle tuvo una cosa que no tuvo el resto del país: la llegada de muchas multinacionales que alimentaron esa trasformación de la sociedad de Cali de metérsele al mundo industrial, y eso fue una influencia muy positiva. Pero en la medida en que los procesos de apertura económica se fueron dando, muchas de estas empresas se reubicaron; eso no es culpa del Valle, son las consecuencias de procesos de una apertura económica.
C. P.: ¿Entonces cuál es su diagnóstico sobre cómo esa mentalidad agrícola afecta el desarrollo para que el Valle?
R. O.: El mundo industrial va a mucha mayor velocidad, pues produce todos los días y todos los días tiene que salir a vender. El mundo agrícola, si se trata de caña, tiene que esperar 4, 5 o 6 meses para cortar, y el agricultor solo se tiene que poner las pilas cuando tenga que salir a vender el producto. Pero mientras está creciendo, solo debe preocuparse por cuidarlo, y no está metido en ese frenesí del mundo industrial.
C. P.: ¿Entonces no tenemos esperanza de que los ingenios dinamicen la economía vallecaucana?
R. O.: Lo que pasa es que los ingenios tienen abastecimiento de materia prima casi todo año. Esa es la gran ventaja: no hay zafra. Entonces, lo ingenios sí tienen el incentivo de estar produciendo y vender casi todos los días. Lo que pasa es que hay agregar valor. Vender azúcar per se no es suficiente. Esa es la ventaja que tiene la industria que tiene eslabones en la cadena y que es muy larga; por ejemplo en el mundo del automóvil: para hacer un Renault 9 se necesitaban 4.500 piezas; entonces, eso significa que había que hacer 4.000 compras a muchos proveedores, que a su vez tenían que comprar… Lo que la hacía una cadena productiva muy rica. Pero con productos agrícolas como el azúcar, el valor agregado es muy poco.
C. P.: ¿Qué extraña del Valle?
R. O.: El clima, poder movilizarse con cierta flexibilidad, la calidad de los caleños, que son personas más abiertas –a diferencia de los antiqueños, y eso que soy de allá, que son una sociedad más cerrada–. El valluno no te busca, pero si tú lo buscas él te recibe.
C. P.: ¿Y qué no extraña?
R. O.: Que no es una ciudad tan cosmopolita como la que uno quisiera.
C. P.: ¿Cali tiene mejor calidad de vida que Medellín?
R. O.: Pues yo diría que sí. En Medellín ya se está viendo una ciudad de segundo y tercer piso; mientras que en Cali lo que se está viendo en el sur es muy bien planificado.
C. P.: Pero no se le pegó el acento…
R. O.: La verdad el paisa lo tengo demasiado apegado.
C. P.: ¿Qué se le pegó?
R. O.: Me encantan tres productos que hay en el Valle: el chontaduro, la lulada y el pandebono. Esos sí son tres productos campeones, que los adopté y me encantan.