Por Claudia Palacios
@Claudiapcnn
Es uno de los nombres más autorizados para hablar del perdón y la reconciliación en Colombia, en eso ha enfocado su trabajo pastoral. Hoy en día hace parte de la Comisión para el Diálogo con el ELN. Monseñor Darío Monsalve habla sin diplomacia, reconoce que es ácido, pero lo es con todos: Gobierno, guerrillas, empresarios y, ante todo, con la sociedad. Aquí sus reflexiones, a prueba de indiferentes.
Claudia Palacios: Monseñor Monsalve, Jaime Bernal señaló que éstos se tienen que realizar fuera de Colombia. ¿Dónde serían? ¿En Uruguay?
Monseñor Monsalve: No sé un lugar preciso. Se ha hablado sobre esa posibilidad pero también, naturalmente de Cuba, de la misma Venezuela, Brasil, Chile, Uruguay y de hasta Bolivia. Pero no descartaría que esos diálogos se hicieran en Colombia. Sería la otra cara de la moneda.
Claudia Palacios: ¿Usted es partidario de que se hagan en Colombia?
Monseñor Monsalve: Yo considero que lo del ELN puede tener un tono social, donde importa la voz de las comunidades, una articulación para la paz y no para la guerra.
Claudia Palacios: ¿Usted ya le comunicó la idea al Presidente sobre la realización de los diálogos en Colombia?
Monseñor Monsalve: No he tenido contacto con el Presidente, sí con los negociadores de La Habana, propiciado por la Conferencia Episcopal, y he tenido contacto naturalmente con personas del ELN para liberación de secuestrados. Conozco realmente muy poco del proceso conducido por el gobierno para abrir esa mesa de diálogos con el ELN.
Claudia Palacios: ¿Cuáles serían las diferencias entre ese eventual proceso con el ELN y el que ya se desarrolla en La Habana si le hicieran caso en todas sus ideas?
Monseñor Monsalve: (Risas) El ELN es un grupo mucho más pequeño. Tiene una tradición menos vertical que las Farc. Podría propiciar un mayor acercamiento por la paz en los conflictos sociales que están emergiendo, con los mineros, los campesinos, educadores etc.
Claudia Palacios: ¿Usted ve al ELN más cerca de la sociedad que las Farc?
Monseñor Monsalve: Ambos tienen cosas para corregir a fondo, deben definir una autocrítica. En este campo he visto más abiertas las posiciones del ELN. A propósito, me alegran las recientes posiciones de las Farc, incluso cuando nos sermonea Pablo Catatumbo a los jerarcas, porque considero que la crítica a otros sectores de la sociedad obligará a que haya más autocrítica.
C. P.: Ahora que usted participó como mediador en la liberación del geólogo canadiense, ¿qué vio en el ELN y qué le dijo el ingeniero después de esa liberación acerca de este desafío que tiene Colombia de emprender un dialogo con esta guerrilla?
M. M.: Fue un diálogo muy reducido con la comandancia que entregó al geólogo canadiense Gernot Erich Wober. Ese diálogo es reservado por nuestra posible cooperación como Iglesia al proceso de diálogos de paz, pero sí puedo decir que fue un diálogo sensato. Las posiciones que el ELN ha ido teniendo sobre el tema petrolero y minero y sobre lo social, político e institucional muestran algunos puntos de contacto con la agenda de negociación con las Farc; entonces, podrían fijarse otros puntos complementarios a esa agenda, que podrían enriquecer el diálogo. No hay necesidad de hacer doblajes sino de hacer más fuerte la participación social. Estos diálogos necesitan pueblo no para que refrenden los acuerdos sino también para que haya un seguimiento al diálogo, que se vaya traduciendo en hechos de paz, y no solo por parte de la sociedad sino de los armados y del gobierno, para que establezcan limitaciones a la guerra, del orden del Derecho internacional humanitario, si se quiere dialogar en medio del conflicto, entre otros.
C. P.: ¿El ELN tendría interés de hacer eso si hay cese al fuego bilateral?
M. M.: Ambas organizaciones, Farc y ELN, han insistido mucho en que el Gobierno concerte una tregua durante el periodo de las negociaciones. Yo creo que lo fundamental no es tanto si hay o no hay tregua, sino las limitaciones propias del derecho y algunas que se contengan. Por decir algo, los bombardeos o los fusilamientos que se hacen de sorpresa pero que son absolutamente brutales e inhumanos, de policías, militares o guerrilleros frente a los civiles. Habría que crear protecciones más fuertes para los civiles, para proteger la vida de los colombianos involucrados en esta lucha armada.
C. P.: Monseñor, usted sabe que las encuestas muestran que bastante gente está en contra del proceso de paz, no de la paz sino del proceso. Cuando empiece el proceso de paz con el ELN, será apenas obvio que la gente cuestione por qué un grupo más pequeño que las Farc, con solo 1.500 hombres en armas, vs 7.800 de las Farc, no se le puede derrotar militarmente y con ello dar un mensaje de fortaleza que además presione el diálogo con las Farc?
M. M.: Eso es equivocado desde el punto de vista ético, porque eso sería el aniquilamiento, que alargará la guerra de manera impensable; y desde el punto de vista social, porque si bien los guerrilleros pueden ser cuantificados, no pueden ser cuantificadas sus expresiones comunitarias, sociales, poblacionales. Detrás de las guerrillas hay un enorme bloque de organizaciones sociales que no son guerrilleras pero que ven en las guerrillas un factor de “Estado”, que los ha acompañado mucho tiempo en sus regiones, y un factor de protección, en zonas donde la población es muy vapuleada por distintos causas económicas: minería indiscriminada, gran desplazamiento de población originaria o de colonos, condenados a la destrucción del hábitat y de la soberanía que tienen sobre el territorio que han ocupado ancestralmente y que, además, es su fuente de vida.
C. P.: ¿Por lo que me dice debo deducir que usted cree que en el momento de la participación política, las guerrillas, Farc y ELN, tienen un caudal electoral en esas comunidades que usted menciona?
M. M.: Es posible que no sea una cosa tan voluminosa como la que puede reunir un grupo con ejercicio político de largo tiempo. El tema es humano; se trata de vidas de hombres y mujeres de Colombia, no son cuatro bandidos; se trata, además, de opciones del modelo económico. No es negativismo frente a actividades como la minería, sino más bien la búsqueda de puntos de equilibrio entre lo que significa la vida humana, la población y el territorio que ella ocupa. Colombia debe caminar muy decididamente a la integración de la población indígena, campesina y afrodescendiente que está dispersa en las selvas, montañas, laderas y ríos.
C. P.: Cuándo usted habla de pensar el modelo económico para integrar a esas comunidades aisladas, ¿está hablando de hacer un revolcón que cambie el modelo capitalista en el que vivimos?
M. M.: No. Yo creo que es necesario buscar un equilibrio. Hay países que invierten en Colombia, que tienen su propia normativa que establece limitantes, por ejemplo, con el tema de la minería. Si eso lo hace un país que es inversionista, ¡más tendría que hacerlo un país que es receptor de esas inversiones y que tiene conflictos como nosotros! Colombia ha carecido de un sano nacionalismo en la manera de hacer los tratados de libre comercio; hay un ‘entreguismo’ inversionista, se han infiltrado varios sistemas voraces. No estoy justificando la guerrilla ni la lucha armada, pero creo que hay comunidades que se sienten protegidas por esos grupos y no por el Estado.
C. P.: Se reunió con el embajador de Canadá después de la liberación del geólogo. ¿Qué hablaron?
M. M: Lo siento muy amigo del pueblo colombiano y dispuesto a colaborar en estos procesos que logren generar equilibrios entre la inversión canadiense en el área minera –que es muy grande– y los clamores legítimos de la población en relación con ese tema.
C. P.: ¿Y con el geólogo? ¿Lo puso a rezar?
M. M.: (Risas) No hablamos de religión. Le di, primero que todo, un tarjetero de una empresa colombiana de cueros y le dije que para que cada vez que use sus tarjetas se dé cuenta de que el cuero colombiano no es duro y cruel, sino suave y amigable. Él me dijo que quería mucho a la gente de Colombia. Me pareció un hombre muy inteligente, disciplinado, que habla bastante bien el español y que está interesado por nuestros temas, incluso como para dialogar con sus captores. Lógicamente se van creando vínculos, y la despedida fue muy expresiva con cada uno de sus captores y con el comandante. Yo estuve presenciando el momento, eso fue en parte una petición de perdón del comandante por el daño físico (tuvo leishmaniasis), psicológico, familiar y económico debido al secuestro. Fue muy valiente, buen caminador, muy inteligente y gran estudioso de la naturaleza. Creo que él es experto en temas de flora y fauna y quedó muy interesado en las especies que encontró durante su secuestro.
C. P.: Tuvo con qué entretenerse…
M. M.: Sí, por ejemplo, con seguir las huellas de los jaguares, del Oso Pardo y en el estudio de plantas varias. Aprovechó el tiempo para aumentar sus conocimientos.
C. P.: Le pregunto por temas muy difíciles para la opinión pública, ya que usted ha trabajado en el perdón desde hace tantos años: participación política para los guerrilleros desmovilizados y la condonación de las penas.
M. M.: La lucha armada es en sí misma obsoleta. Valga decir que mis comentarios sobre Gernot Wober, el geólogo, no dejan de identificar el secuestro como una de las armas de la violencia más terribles, y que el país debe liberarse de esto tan abominable. La participación política es necesaria para fortalecer las expresiones comunitarias en las normas, planes de desarrollo y económicos. La participación política es el camino indispensable y hay que favorecerlo, no se debe tener temor frente a esto ni actitudes de revancha. Frente a la condonación de las penas creo que lo importante es establecer las responsabilidades, decir la verdad, lograr justicia y hacer la reparación. La reparación implica que se cree nuevamente el tejido social y se construya paz como compromiso colectivo. El Marco para la Paz abrirá en su momento las posibilidades.
C. P.: ¿Pero hacer justicia implica o no que vayan a la cárcel?
M. M.: Ahí es donde se pueden considerar distintas opciones. No hay que descartar la cárcel y la dimensión punitiva para delitos muy graves. La sociedad colombiana debe estar abierta a los acuerdos que se hagan y permanecer unida para impedir que los marcos legales o de justicia penal internacional se vuelvan enemigos de los procesos de paz en el país. La paz no debe ser necesariamente contraria a la justicia.
C. P.: Empieza la Semana por la Paz y usted es el arzobispo de una arquidiócesis que reúne una población que en sí misma es la representación del conflicto con la cantidad de desplazados que hay en el Valle del Cauca. ¿Cuál es su evaluación de como el Valle del Cauca está lidiando con los desafíos de convivencia ciudadana en el establecimiento de una cotidianidad en paz?
M. M.: El Valle es una región del país preciosa. Con su subsuelo, en el mapa de las concesiones en trámite, se afecta la geografía regional que hay que proteger. La población afro es más del 50 % en Cali, el tema étnico, de poblaciones indígenas y de campesinos genera mucha tensión por el éxodo y los conflictos en torno a los resguardos. Hay mucho racismo. Hay una visión cerrada de la parte empresarial vertida hacia sus propios intereses, si bien los empresarios fueron pioneros en responsabilidad social, estimo que ha faltado mucho más esfuerzo. Hay que abrir espacios de encuentro, de reconciliación social y política. La Iglesia podría desarrollar una actividad más profunda.
C. P.: Y usted es un pionero en la creación de esos mecanismos.
M. M.: En Medellín lo hicimos hace veinte años con el PARE, Programa de la Arquidiócesis para la Reconciliación, y aún funciona aunque con dificultades. En Málaga creamos una organización para atender huérfanos de la violencia. En Cali estamos impulsando la Comisión Interurbana de Reconciliación en el País, comenzamos con ella en Cúcuta, Medellín y Cali. Vinculamos a organizaciones comprometidas en el seguimiento y el análisis de los conflictos urbanos, por ejemplo, Paz y Violencia, de León Valencia, o La Casa de Paz, de Galán. Iremos sumando modelos pedagógicos que ya han funcionado y que se pueden unir para ofrecerles nuevos caminos a las ciudades y a las iglesias.
C. P.: ¿Este interés suyo en el perdón, y el enfoque que usted le ha dado a su vida religiosa en este tema, tiene que ver con la consciencia que ha hecho de la situación de Colombia o usted en su vida personal tuvo un proceso de perdón muy fuerte?
M. M.: No, yo he sido siempre un bendecido por Dios. En mi familia no se ha dado sino armonía, unidad y cariño. Soy heredero de una familia campesina tradicional y pobre, de esos pueblos del suroeste antioqueño.
C. P.: No tiene a alguien a quién perdonar…
M. M.: No. No llevo heridas. La herida que llevo en el corazón es la de ese monstruo de la violencia. Me he encontrado a Caín en este trasegar de treinta y siete años de cura y viente de obispo. Me han interesado mucho las cárceles; en Medellín me decían que yo tenía la “cárcel por casa” porque me dediqué mucho a eso. Las cárceles son parte vital de este proceso de la reconciliación urbana y del tejido de paz. En el país tenemos que ir construyendo ese tejido y no dejar a nadie por fuera de este proceso de construir la paz. Esto es la Semana de la Paz. Hay que movilizar a la gente para que transforme sus prácticas y su cultura.
C. P.: Para terminar, ¿usted sí tiene buena relación con el Presidente después de hacer la carta en la que criticó que no hubieran capturado vivo a Alfonso Cano?
M. M.: Con el presidente Juan Manuel Santos y con el expresidente Álvaro Uribe he sido cuidadoso de mis deberes ciudadanos y pastorales cuando ha sido posible. Nunca me mostraron los dientes. Creo que he sido más afortunado que Piedad Córdoba, a quien el país le debe un resarcimiento por lo que ella ha hecho. Quisiera mandarle a Piedad Córdoba un saludo de amistad, y no solo a ella sino a todos los que trabajan por estas causas. Se debe superar la persecución del que piensa distinto. En Cali, les dije que para la Semana por la Paz no realizaran cosas muy grandes, sino que más bien visibilicen a los constructores de paz con las comunidades. Debemos apoyarlos y acompañarlos.
C. P.: ¿Ha tenido alguien a quien pedirle perdón?
M. M.: Sí, claro. Yo tengo que pedir perdón todos los días, ya que no he recibido heridas como seguramente sí las he causado con mis omisiones, mis palabras, mis actitudes. Le pido a Dios para que me conceda la gracia de la conversión, que, entre otras cosas, la de los curas y obispos no es fácil.
C. P: ¿Cada cuánto va al confesionario?
M. M.: Cada que puedo, porque como obispo me queda menos tiempo para ir al confesionario y más para escuchar a la gente. Voy a confesarme con frecuencia porque, como todo buen católico, debo pensar en la reconciliación.
C. P.: ¿Hace cuánto no se confiesa?
M. M.: No han pasado quince días. Antes de ir a recibir al canadiense me confesé. ¿Sabe por qué? Porque le tengo pánico al helicóptero, aunque esa vez lo disfruté mucho. ¡Que nos cojan bien confesados para lo que sea!