Hablo con la hermana Alba Stella Barreto Caro y pienso en la madre Laura. Su trabajo amoroso con los menos favorecidos le da la autoridad para hablar de perdón, de inversión social, de fe, de religión y de política. Esta es la monja que no usa hábito, que cuestiona la iglesia tradicional y que habla de aborto, matrimonio homosexual y mujeres sacerdotes.
Claudia Palacios: Hermana, ¿por qué la conquistó Aguablanca?
Hermana Alba E. Barreto: Inicialmente una coincidencia de la vida, porque monseñor Pedro Rubiano me dijo que le ayudara aquí. No fue fácil porque era desaprender una cantidad de cosas, bajarme de un estrato social y casi llegar aquí como desplazada. Fui capaz de asumirlo y lo hice con los franciscanos.
Claudia Palacios: ¿Por qué no en Bucaramanga, que es de donde es usted? Allá también hay pobreza y barrios de invasión…
Hermana Alba E. Barreto: Porque nadie es profeta en su tierra. No sé, este es mi lugar teológico, aquí me llamó Dios.
Claudia Palacios: Usted venía de una familia adinerada, acomodada. ¿A qué renunció cuando decidió ser religiosa?
Hermana Alba E. Barreto: A nada. Yo lo hice muy joven y fue una aventura para mí; entré a la congregación de quince años. Esto fue una aventura de adolescente.
Claudia Palacios: ¿Y le ha salido bien?
Hermana Alba E. Barreto: Demasiado bien, no me arrepiento.
Claudia Palacios: Usted colgó los hábitos hace como dos décadas. ¿Por qué?
Hermana Alba E. Barreto: Es que el hábito no hace a la monja. Con el hábito quedaría en un estrato más alto que el de la gente con la que trabajo y vivo acá. Para poder estar de igual a igual tocaba vestirme igual a la gente de aquí.
Claudia Palacios: ¿Y cómo se sintió en ese momento, después de treinta años con hábito?
Hermana Alba E. Barreto: (Risas) Primero cambié mi hábito de franciscana por un vestido en Bogotá. Pero cuando llegué acá, durante los primeros años a la gente no le gustaba que yo usara pantalón y me decían: “Hermana, a usted no le cuadra eso”. Entonces, usaba bata y falda. Yo quise respetar mucho el sentir de la gente, por eso fue poquito a poquito. Además, con falda me comen los zancudos.
C. P.: Y así como eso le ha permitido estar más cerca de la gente del mismo estrato social, ¿no le ha traído problemas en el sentido de que no le creen que es hermana y de pronto un hombre quiere proponerle otra cosa?
H. A. B.: Ningún hombre se atreve porque yo creo que me tienen miedo. Soy Santandereana, y aquí a los Caleños les tienen miedo a las mujeres santandereanas.
C. P.: ¿Nunca le han echado un piropo?
H. A. B.: Muchos (risas)
C. P.: ¿Y usted qué hace?
H. A. B.: Soy una adulta mayor que, me imagino, inspiro respeto. Antes me pasaba y los dejaba que gozaran, y me reía. No me molestaba porque la competencia para ellos era y es dura. No ve que mi gran amor y dueño es el Gran Jefe, ¡el máximo! Estoy muy bien casada, y ese sí es celoso, ¡y yo no le voy a fallar!
C. P.: Hermana, leí un artículo en el que usted criticaba a los políticos sobre cómo empezó Aguablanca, que les daban los lotes a los desplazados. ¿En todos estos años que lleva acá ha visto algún político que trate a Aguablanca como se debe?
H. A. B.: Sí, cuando Jorge Iván Ospina hizo campaña no nos ofreció cosas, y es el primer político que después de que ganó vino a agradecer. El doctor Rodrigo Guerrero tiene un reconocimiento muy grande en Aguablanca porque ha tenido otro tipo de relación, no es el que viene a que voten y a ofrecer cosas, sino que desde hace mucho ha hecho cosas por Aguablanca. Sergio Fajardo en su campaña estuvo aquí y de verdad que fue otro estilo, aún lo recuerdan.
C. P.: ¿Usted ha peleado con los políticos?
H. A. B.: Ha habido políticos que en la víspera de elecciones –no los voy a nombrar mandaron un helicóptero y tiraron por aquí por encima de toda Aguablanca unas ofertas, trajeron plata y pusieron los niños a cambiar dinero por votos.
C. P.: ¿Y eso en qué año fue?
H. A. B.: Eso no fue en las dos últimas elecciones, sino en las pasadas y en las anteriores y en las otras.
C. P.: ¿Usted vive amenazada por cuenta de ser tan frentera?
H. A. B.: (Silencio) Pues yo creo que a la gente no le caigo bien por eso. A mí me enseñaron que uno tiene que decir la verdad aunque cueste.
C. P.: ¿Y le da miedo salir a la calle?
H. A. B.: ¡Ah, no!, ningún miedo. Yo miedo no he tenido nunca.
C. P.: ¿Pero cree que usted está segura o no?
H. A. B.: Sí porque la gente me cuida, y los pelados de Francisco Esperanza me dicen: “¡ay de que la toquen a usted hermana!”. No ve que a mí me roban y vienen y me devuelven.
C. P.: ¡Ah, sí! ¿Qué cosas?
H. A. B.: Celulares, los que quiera. Me los han robado con cuchillo. Y vienen y me dicen: “Perdón, hermana, es que a usted no le podíamos hacer eso, es que nos mandaron. Entonces, vamos a restaurar”. Ellos saben que restaurar es reparar el daño causado y recuperar las relaciones rotas.
Una vez nosotras teníamos que levantar una pared en el colegio y los muchachos trabajaron en eso y de lo que se les pagaba en la semana, la mitad era para ellos y la otra mitad para pagar los teléfonos.
C. P.: ¿Y ese modelo de restauración se lo invento usted?
H. A. B.: No, lo conocí en Irlanda del Norte. Es la Justicia Restaurativa en la que la estrategia no es sancionar sino reparar a la víctima.
C. P: ¿Y cuando el daño es irreparable, como la muerte?
H. A. B.: Se repara simbólicamente. Justicia Restaurativa no se aplica en homicidios ni en violaciones, solo delitos menores. Cuando un muchacho mata, nosotras le decimos: “Tenés que presentarte y nosotros te vamos a acompañar”. Tengo dos casos que se han presentado, y nosotras le hacemos el acompañamiento.
C. P.: ¿Y cómo se convence al ofendido de perdonar?
H. A. B.: Largo… El método es el diálogo. Preparar un encuentro entre ofensor y víctima. Eso es durísimo para los dos y de pronto más duro para el ofensor. Cuando se logra dar eso me dicen: “Nos quitamos un peso de encima”. Para la víctima es duro, pero es más difícil para la familia de la víctima. Esto funciona si se hace sin presión. Nos podemos demorar un año o dos años preparando la restauración.
C. P.: Pero para eso se necesita un ejército de acompañantes…
H. A. B.: Yo tengo un equipo muy grande, se llaman Consejeras de familia y Consejeras de paz. Hemos llegado a manejar hasta seiscientos jóvenes en un año.
C. P.: Hermana, usted también trabaja con las madres cabeza de familia, otras que han sido víctimas del maltrato intrafamiliar. ¿Cómo logra historias exitosas en esos casos?
H. A. B.: Con personas de la comunidad que escuchan a la víctima con todo el respeto y discreción. La vamos acompañando sin decirle lo que debe hacer, sino mostrándole lo que puede hacer. Hemos logrado que cada vez menos las agredidas retiren las demandas. Las empoderamos y restablecemos su autoimagen porque es pésima.
C. P.: Otro de los programas que usted tiene es el que acompaña a las madres adolescentes. Teniendo tan cerca esa imagen de los niños que crecen sin el apoyo de una madre que está en capacidad de criarlos, ¿está de acuerdo con el aborto en determinadas circunstancias?
H. A. B.: Bueno… sí. No como un método de planificación. Mucha gente dice que ser madre es una vocación de todas las mujeres, yo creo que no, creo que es una decisión personal. Cuando aquí me llegan, sobre todo mujeres que han sido violadas, les digo: “¿Qué piensas, deseas a ese bebe? ¿Te le vas a dedicar? ¿Le vas a dar una vida digna? ¿Te vas a sacrificar por él?”. Una gran mayoría dice que sí.
C. P.: Y si le dicen que no, que quieren abortar, ¿usted que les dice?
H. A. B.: Bueno, no, me lo han dicho muchas, me dicen “no quiero tenerlo”. Las he llevado a una atención sicológica a alguna organización y allá toman la decisión, con la familia.
C. P.: Pero si le preguntaran directamente su consejo sobre abortar, según las circunstancias ¿usted diría que sí?
H. A. B.: Seguramente diría que sí cuando vea que esa sería la decisión humana más digna.
C. P.: Hermana, ¿qué le dicen las monjas de los conventos cuando ven el gran impacto que tiene la labor que usted hace, versus el impacto de la labor de ellas?
H. A. B.: Yo respeto. Cuando yo voy a las diferentes comunidades, ellas me preguntan mucho cuándo me nació esta vocación, y les digo: “Es la misma tuya, yo no cambié, me radicalicé”. Yo no sonsaco a nadie. Yo tengo seguidoras entre las mujeres de la comunidad.
C. P.: Pero que son casadas.
H. A. B.: Sí, porque jamás me he planteado fundar otra congregación. Hay unas treinta y cinco mujeres que comparten la vida conmigo en su condición de casadas, viudas, separadas, vueltas a casar… Yo no soy la superiora, sino una más.
C. P: ¿Qué hacen, qué leen? ¿La Biblia?
H. A. B.: Sí, pero la interpretamos desde la teología de la liberación. Leemos mucha teología feminista, somos feministas no por rechazo al hombre, sino por recuperar el lugar que nos corresponde en la sociedad. A los varones los rebatimos mucho, les decimos que somos iguales pero con funciones diferentes.
C. P.: ¿Y algunas de esas mujeres se han divorciado desde que están bajo su liderazgo?
H. A. B.: Sí, varias. De una compañera, una vez el hombre me dijo: “Mi mujer no es la mujer con la que yo me casé”. Yo le dije que yo no tenía la culpa.
C. P.: Ahora que usted habla de la teología de la liberación y que veo ese certificado de felicitación que le dio el papa Juan Pablo II, quien estaba totalmente en contra de esa teología, ¿cómo ve la relevancia de la iglesia católica en la vida de los fieles?
H. A. B.: Yo de eso copio lo que me sirve para lo que estoy haciendo y lo otro no lo copio. Hay cosas con las que yo no estoy de acuerdo.
C. P.: ¿Por ejemplo?
H. A. B.: Muchas posiciones burguesas, miedo de la iglesia jerárquica a comprometerse con los empobrecidos, a proclamar la justicia. Mucho posicionamiento de las jerarquías católicas con la clase dominante, muchas veces en contra de los empobrecidos. Miedo de denunciar el pecado de injusticia social que hay en todo el mundo, especialmente en América Latina. En la parte espiritual también: para mí la iglesia católica fue abandonando mucho la espiritualidad que Jesús nos dejó, de hacer una vida sencilla, y se volvió un ritual. Mucha gente se tranquiliza con ir a misa, con bautizarse, y todos son actos sociales pero de poco espíritu.
C. P.: ¿Usted es rezandera?
H. A. B.: Yo medito.
C. P.: ¿Usted reza el Rosario, el Padre Nuestro, el Ave María?
H. A. B.: Recé muchos y respeto a la gente que lo hace. Yo hago meditación zen, sin eso no estaría aquí Y voy a Misa, pero no a las de aplausos. Voy a la misa donde puedo celebrar con la comunidad.
C. P.: ¿El nuevo papa está más en sintonía con eso que usted cree que debería ser el Vaticano y la Iglesia?
H. A. B.: Sí.
C. P.: Hay gente que cree que va a haber muchos cambios: el sacerdocio femenino, la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo… ¿Usted cree que eso debería darse?
H. A. B.: Sí, sí. Pero para mí eso no es lo más importante mientras no cambie el estilo de anuncio del evangelio y mientras Jesús de Nazaret vuelva a ser el centro del mensaje. Yo no quiero ser sacerdote, ¡vaya y me pongan todos estos varones a ser la empleada de ellos, a celebrar las misas que ellos no quieren! No. No quiero ser parte en este estilo de iglesia. Yo de hecho creo que he celebrado.
C. P.: ¿Usted ha celebrado misas?
H. A. B.: Una vez estaba en misión en el campo y había un anciano que se estaba muriendo y él me pidió que lo confesara, y lo confesé y lo absolví. Y yo he celebrado no misas sino ágapes. Porque lo que Jesús hizo en la Última Cena fue compartir la mesa con su gente amigos y familiares. Dijo “hagan esto en memoria mía”, pero nunca dijo que solo los varones lo podían presidir, ni que era pecado no ir los domingos, ni que tenían que decir exactamente esas palabras.
Este año, el Jueves Santo, hicimos una celebración muy linda en Potrero Grande, había más de cien personas de todos los credos que hay allá: católicas, evangélicas, testigos de Jehová, etc. Bendijimos cien panes y luego cada quien se fue a su casa y lo hizo con su familia.
No me gustan las Misas Carismáticas, de mucho alboroto. Me gusta hacer una reflexión con la gente, guiada por un sacerdote católico. Creo que pronto también lo hará una mujer.
C. P.: ¿El matrimonio entre personas del mismo sexo debería ser aprobado por la Iglesia o no?
H. A. B.: Más adelante sí, pero debería ser primero una aprobación social. Si una comunidad o un grupo lo aprueba, ¿por qué la Iglesia no lo va a aprobar?
C. P.: Usted decía que con una de las cosas con las que no comulga de la iglesia es que para no perder los privilegios está muy bien relacionada con las clases de poder, pero uno de sus secretos del éxito, creo yo, es que usted maneja muy bien su relación con gente poderosa…
H. A. B.: Aquí no se trata de excluir a unos y privilegiar a otros, porque sería igualmente injusto. Me relaciono con los ricos pero desde los pobres, y no me salgo de aquí.
C. P.: O sea, ¿usted no se va a reunir con ellos en el Club Colombia ni en la casa de ninguno de ellos?
H. A. B.: Yo sí puedo ir a la casa de ellos, pero no voy a ir al Club Colombia, y eso sí es porque monseñor Isaías Duarte Cancino un día me llamo y me dijo: “Ni usted ni yo tenemos nada tenemos que hacer en el Club Colombia, de modo que no la quiero ver allá”.
C. P.: O sea, ¿usted iba y dejo de ir allá?
H. A. B.: No, yo no iba. A mí me han invitado a matrimonios de gente muy allegada, del estrato 25, pero voy hasta la iglesia, al club no. Yo no voy donde mi gente de Aguablanca no puede entrar. Yo voy a las casas de las familias donde yo pueda ir con personas de Aguablanca.
C. P.: Hermana, usted sacaría todos los votos que quiera. ¿No le han propuesto hacer política, no le gustaría?
H. A. B.: Una vez un candidato me dijo que yo sería la concejala perfecta para Cali. Le dije que eso no me gusta. Una vez, cuando empezamos aquí, queríamos hacer una lista de la junta de acción comunal para que las mujeres participaran, pero eran desconocidas, la más conocida era yo; entonces, me puse en el último reglón, para ayudar, y salió.
C. P.: ¿Los ricos de Cali son generosos?
H. A. B.: Sí.
C. P.: ¿Usted está satisfecha con la manera que la sociedad gobernante vallecaucana y pudiente se comporta con Cali?
H. A. B.: En la gran mayoría sí. Yo tengo una imagen de Cali que no la tienen los caleños: Cali vive una situación muy grave pero la maquillan. El desempleo de Cali es el más alto, los homicidios en Cali son de los más altos, la pobreza de Cali es inmensa, ¡aquí hay gente que come una vez al día! Y este año eso va a quedar tremendamente maquillado porque tuvimos el encuentro del Pacífico y ahora tenemos los Juegos mundiales y el encuentro de alcaldes. Y mire, para ese encuentro del Pacífico me dolió profundamente que escondieron a los pobres, a los pandilleros, sacaron a los vendedores ambulantes.
C. P.: ¿Usted cree que las cosas van a cambiar, que en barrios como este algún día la gente podrá vivir diferente?
H. A. B.: Sí. Si no, ya me habría ido de aquí. Creo que va cambiando el corazón de la gente, así como tengo más de cien personas que han cambiado su escala de valores y su estilo de vida mejoró.
C. P.: ¿Usted llora por lo que pasa?
H. A. B.: Sí, cuando la gente me cuenta sus horrores; pero cuando me ofenden, no; cuando me ofenden, me emberraco.
C. P.: ¿Hasta cuándo va a vivir en Aguablanca, hermana?
H. A. B.: Pues yo tengo unos plazos, porque me quiero ir a vivir al campo. Una señora nos regaló una finca en Bitaco, que nosotras tenemos como un modelo de Ecoaldea, y allá tengo mi espacio. No he construido nada pero ya llegará. Pienso tener allá una cabaña y que la gente de Aguablanca pueda ir a pasar unos días allá, por ahora con gente desplazada, que mientras se organizan puedan convivir ahí un tiempo.
C. P.: ¿Como la pueden ayudar?
H. A. B.: Primero abriéndole oportunidades a la gente de acá. Ahora estoy creando el programa “Mirá, ve, yo quiero estudiar”. Que me den becas. Un año de un pelado de estos me vale más o menos 500.000 pesos, eso se lo gasta una familia en nada, mientras que para estos muchachos significa un año de estudio. Y no los puedo mandar a los colegios normales porque estos pelados que han sido pandilleros no se adaptan. Los mandamos al Colegio Semilla de Mostaza, que es nuestro modelo especial.
C. P.: ¿Y a qué hora se divierte, a qué horas se toma unos traguitos?
H. A. B.: ¿A qué horas me tomo un arrechón? (Risas). Yo me doy mis permisos, me voy para cine, con las mujeres al río, o nos vamos al campo, jugamos cartas, parqués. Mi gran hobby es leer, leo de todo, hasta novelas.
C. P.: ¿Pero lo de arrechón es verdad o no?
H. A. B.: Sí, me traen arrechón y yo me tomo una copa o dos y ya. Un día me dijeron “espere, hermana, la arreglamos”, yo no sabía qué era eso, es meterse un trago que parece fuego, y según ellos ahora sí puedo tomar arrechón, tumbacatre, lo que quiera, ¡y no pasa nada!
C. P: O sea que es toda una experta…